lunes, 9 de junio de 2014

A tu lado.



La pequeña ventana dejaba entrar la suficiente luz como para poder reconocer lo que se encontraba en el interior de la estancia y poder andar sin tropezarte, aunque no había muchas cosas. No poseía más que una cama pequeña y un escritorio donde realizaba algunos papeleos y escribía de vez en cuando, si el trabajo se lo permitía. Al lado de éste, había una cruz de madera, donde se encontraba una prenda de cuero y unos pantalones cortos de tela anaranjada. Al otro lado, un reposador horizontal de madera, más cuidada y enbellecida con aceites, donde Íkarus dejó descansar su katana, junto a sus dos cuchillos.
Suspiró y se dispuso a acomodarse. Se quitó la camisa y la colocó encima de la cruz de madera, dejando ver un cuerpo delgado pero musculoso, con varias cicatrices por la espalda y una que llamaba más la atención, la sombra de una herida profunda, en el pectoral izquierdo. Se desató las muñequeras que ocultaban las agujas envenenadas y las puso en el escritorio, junto con un cuento a medio escribir que nunca supo cómo terminarlo. Se quitó también las botas y se recogió el pelo con un trozo de tela elástica. Y fue entonces cuando se giró hacia la pared del fondo; fue entonces cuando sus músculos se tensaron y por un instante dejó de respirar.
Todas las cosas del cuarto se encontraban juntas en una parte de éste. En aquella pared, no obstante, solo había una mesa. Una mesa baja, sin cajones, con un baúl de tamaño mediano encima. No había nada más, sólo un cojín en el suelo, frente a ella. Decidido, se dirigió hacia la mesa, se arrodilló encima del cojín y comenzó a preparar todo. Sacó del baúl una bolsa que contenía unas cuantas hojas de color marrón oscuro, muy finas y cortadas en forma rectangular. Del bolsillo del pantalón sacó la bolsa que le había dado anteriormente Tokaya, la cual contenía esta vez unas hierbas muy picadas. Abrió la primera bolsa y sacó una de las hojas, colocándola ceremonialmente ante él. Sacó un poco de la plasta que habían formado las hierbas, pues eran muy pegajosas y formaban una masa moldeable, y de nuevo con cuidado las repartió por toda la hoja. La cerró y apretó por toda la superficie para que el interior quedara bien presionado. Cerró los extremos vacíos enrollándolos y cortó la parte de la hoja que había quedado sobresaliente. Cuando hubo terminado, lo colocó en un extremo de la mesa y se quedó observándolo durante un corto espacio de tiempo. Se había relajado con aquel ritual, y se había serenado de cuerpo y espíritu. Y sonrió.
-Vaya día, ¿eh?
Aquellas palabras sonaron altas y claras como el agua, con una profundidad que encogía él corazón. Habían sido entonadas melódicamente, con un ritmo peculiar y suave, casi cantadas, por una voz gentil y agradable que sólo con ellas llenó de súbito toda la estancia; casi se podía tocar. Una voz femenina.
Íkarus no se inmutó. Cogió las dos bolsas y comenzó de nuevo el proceso, muy calmado. Incluso se sentía bien.
-Qué te pasa, ¿estás enfadado conmigo?
Tiempo atrás, aquella voz le encogía el corazón cada vez que la escuchaba, le hacía perder toda noción del mundo real, sentía que el mundo estaba vivo, que los colores eran más brillantes. Perdía todo control de sí mismo; aquella voz le desnudaba y le dejaba sin palabras, sin saber cómo reaccionar. Le hacía sentir feliz. Siempre le había molestado esa sensación y se enfadaba consigo mismo, pero habría hecho cualquier cosa por escucharla todos los días durante el resto de su vida. Cualquier cosa.
De nuevo no se inmutó. Siguió trabajando meticulosamente sin volver la vista ni mirar a su interlocutora.
-No has aparecido en todo el día. –Dijo simplemente, sin dejar de realizar su ritual.
La voz le respondió con una risilla cómplice. Íkarus se prohibió sonreír.
-Pero he estado ahí, a tu lado.
-Lo sé. 

sábado, 9 de febrero de 2013

Looking through the window

     Con los ojos cerrados, tumbado en la cama con los cascos, impidiéndole reconocer la realidad. Una lágrima recorre su rostro. Había llegado la época. Siempre le ocurría sobre esas fechas, no sabía por qué pero le importaba bien poco. Aunque sufría, en cierto modo, era un sufrimiento reconfortante. Recordar el pasado, de modo alguno le ayudaba a saber porqué estaba ahí.

     Los sentimientos y las situaciones a las que le transportaba esas canciones eran increíblemente reales. No podía evitar echar de menos aquellas cosas, era un mundo completamente diferente al de ahora. Tantos cambios. Tantísimos, buenos y malos. Sentía que había avanzado de modo correcto, y ahora estaba orgulloso de lo que había conseguido. Pero aún así. si por un momento, si por un solo instante pudiera transportarse a aquella época, sentir de nuevo aquello y poder revivir esas situaciones, con la mismas personas... lo haría sin dudarlo.

     Deseaba volver a comportarse de esa forma, realmente  Y de hecho, sabía para qué era todo aquello. Una vez al año, le pasaba esto. Y sabía que era para que no olvidase quién era. Para que no llegara a cambiar tanto como para convertirse en otra persona y no reconocerse nunca más.

     Se sentía reconfortado después de todo, sí. La vida seguía. Pero estos sentimientos jamás desaparecerían.

domingo, 27 de enero de 2013

Le Chant du Cygne.


Las nubes dejaron que la luz de la luna iluminara la escena, moviéndose lentamente hacia el oeste. Un poco de viento se había levantado hacía apenas unos instantes. Varios minutos llevaban ya sin moverse, ninguno de los dos. Tan solo ojos muertos contemplaban, impasibles. Su pelo, suave color ocre, brillaba al reflejo de la luz. Tenía manchas de sangre por toda su ropa; pocas gotas caían lentamente al suelo desaparecido bajo una capa de sangre fresca y tejidos de ropa y carne. Quien pudiera haberle mirado a los ojos en ese instante no se habría atrevido a conjeturar cuál era el sentimiento que recorría sus venas en ese momento. Los surcos de su cara no expresaban más que neutralidad. Sólo su posición de ataque, con la katana desenvainada apuntando directa a su objetivo, podía vislumbrar de algún modo cuál era su intención.

De modo similar su oponente se encontraba, pero una sonrisa se dibujaba esta vez en el rostro del sujeto. No pudo por menos que soltar una frase hilarante y un tanto atrevida, la cual no era más que una invitación a que le atacara de nuevo. Su objetivo fue cumplido, no obstante sin llegar a terminar la frase. Detuvo con esfuerzo la estocada, demasiado rápido se movía. Al segundo ya intentaba alcanzarle por el costado, el filo de la vaina se acercaba peligrosamente, mientras él aún tenía su arma en alto. Por suerte contaba con una segunda katana, que rápidamente desenvainó y repelió el ataque de forma efectiva. Endemoniadamente rápido, sin hablar ni dejar de mirarle directamente a los ojos, atacaba casi sin esfuerzo con la clara intención de apuntarse una muerte más, aunque no una cualquiera. Ésta muerte llevaba tiempo buscándola. No la dejaría ir sin finiquitar su objetivo, o moriría él intentándolo.

Era evidente que le movía la venganza.

Consiguiendo rasgar la capa de su adversario, presintió que éste se iba cansando a causa de la pelea, que duraba ya cerca de una hora. Lo aprovecharía. Dejando su pecho al descubierto intencionadamente, se dispuso a lanzarle una falsa estocada levantando los brazos. Cayendo tal y como pensaba en su trampa, su oponente intentó aprovecharse de la situación atacando de frente tratando de ensartarlo más pronto que tarde. Pero con una sutil finta lo esquivó, pegándole una patada en el estómago que lo dejó sin respiración, haciéndole caer de rodillas. Una segunda patada en la cara lo tiró al suelo. Un grito y su cuerpo retorciéndose era todo lo que quería antes de sentenciar.

El joven se paró frente a él. Futuro cadáver, ya lo sabía. Sin mediar palabra, el pie en su pecho y la katana clavada en su cuello. Ya no era él quien sonreía.

-Vete al infierno.



[Esta historia está inspirada en un anime de samuráis que he estado viendo estos días. La cual es la favorita de mi querida Fany, a la que le dedico esta historia. Espero que te guste <3]

miércoles, 19 de diciembre de 2012

Vici.

Ahí está, apareció. Lo que tanto deseabas se mostró ante tus ojos
Lo esperabas. Un largo camino andabas sin ver el final...
Nada más que estabas tú. Siempre tú, en tu soledad
Rumiando pensamientos, sentimientos sin poder avanzar...

Nunca sabes si con la tecla correcta das, sólo andas a tientas
En la oscuridad sin mirar atrás con miedo a volver en el tiempo.
Pero esto es de verdad, es la oportunidad que esperaste
Desde aquella tarde cuando gritaste 'nunca más'

Es de verdad, la realidad en toda su magnificencia
Una segunda oportunidad, y una tercera, y no sé cuántas más
Y no es el final, es el principio, la cuenta empieza de cero
Levanta, una sonrisa y un 'Te jodes' a la vida
Que te tumba con desprecio cada día sin remedio

Abre los ojos, ya lo tienes, no busques más, no desesperes
Ahí estás tú, imparable. Incansable por luchar.

Que nadie te haga creer que no eres más que nada cuando tú bien sabes que puedes

Abre los ojos, sol naciente, un nuevo día espera
Cambia las reglas, sabes que no están hechas para ti

Que nadie te haga creer que no eres más que nada cuando tú bien sabes lo que puedes conseguir.

martes, 11 de diciembre de 2012

Utopía.


     La sensación de seguridad o la sensación de que el mundo se te cae encima. Los sentimientos confortables, los que te ponen nervioso, lo que te hacen sonreír, los que te erizan los pelos del cogote, los que te hacen llorar, los que te hacen mirar para otro lado o los que te hacen sentir que nada más en el mundo puede ir mal. El aburrimiento. La música, el amor, la fidelidad, la amistad. Las relaciones. Cuando te crispan, te enfurecen, te entristecen, te suben el ánimo o la autoestima, te hacen sentirte querido, olvidado, o que no importas a nadie. La vida o la muerte que tanto nos asustan.

     Todo eso queda atrás. Todo eso, al fin y al cabo, no importa en absoluto. Cuando miras al cielo, cuando sientes el viento. Cuando estás sentado, mirando la hierba mecerse, las nubes moverse y notando la calidez del ambiente en tu piel. En ese momento es cuando la realidad aparece. En ese momento, te das cuenta de lo que es realmente el mundo que pisamos, porqué existe lo que existe. Cuán bello es aquello que nos rodea y la música que hace la Tierra, siendo todo natural. Eso también es lo que lo hace bello.

     Teoría es lo que falta. La realidad queda atrapada, sobreponiéndose la visión de una vida en lo que lo importante es creer que se es algo, para que otro alguien que también cree que es algo te diga que eres algo, o que no eres nada, para juzgarte según lo que a él le convenga. Y así, te sentirás como todo aquello que, ciertamente, no importa nada. Pero la vida, en realidad, no es eso. Estoy harto de que esto suceda. Que tenga que luchar una y otra y otra vez con aquello que no debería asustarnos, con lo que nos debería hacer sentir llenos, sin importarnos nada. La felicidad debería de existir en todos nosotros, en armonía con la felicidad de los demás seres vivos.

     Sentado, escuchando la música de la naturaleza, sintiendo los rayos solares en mis mejillas y observando cómo el mundo va hacia delante, sin control, sin poderlo parar. Pero con una lentitud que hace estremecerse. Es entonces cuando, al darme cuenta de lo que realmente es el mundo, sonrío, sin importante absolutamente nada más que la felicidad que me llena en ese momento y hace que me sienta bien conmigo mismo. Nada más. Y ojalá eso lo pudiera sentir con los demás. Pero aunque no importe nada, la teoría nunca se pone de manifiesto como se debería, y en el paso hacia lo práctico, la teoría sufre daños y fallos. Y el mundo se convierte en un lugar donde hay que tener continuo cuidado y una continua pelea con gente que quizás te quiera, quizás te odie, o quizás le seas indiferente. Pero hay que luchar.

     Lo salvaje es bello. Teóricamente.

lunes, 3 de diciembre de 2012

Un 5 de octubre.

     Me levanté de madrugada, sin poder dormir. Pensaba una y otra vez en eso, después de tanto tiempo. No entendía porqué tenía que leerla otra vez, pero tampoco me importaba. Encendía la luz y fui a abrir el pequeño baúl, mirando mis manos fijamente. La busqué. No tardé en encontrarla, sabía perfectamente donde estaba. La desdoblé lentamente y sonreí.

     Ahí estaban escritas tus palabras. No las leía desde hacía años. Cuánto había cambiado todo. Y tú, y yo también. La leí varias veces recordando ese día, y todos aquellos en los que estuvimos juntos. Cuánto había cambiado todo.

     La dejé a un lado y busqué otra carta. Esta vez mía. Jamás llegué a dártela. Una poesía, mala, sin rima, pero sincera, de corazón. Sincera en aquel momento. La leí otra vez con media sonrisa y recordé de nuevo cuando la escribí, sentado en mi tejado oyendo a mi perro ladrar y disfrutando del sol de invierno. 

     En ese momento me dije a mi mismo que nadie jamás leería esa carta. Nunca.

miércoles, 21 de noviembre de 2012

Ni hoy ni nunca.

     Se acabó. Largo. Fuera de mi vida. Ya no te quiero más a mi lado. Dentro de mí. Han sido demasiados años aguantándote. Demasiados años jodiéndome día a día. Demasiado tiempo creyendo que serviría de algo. Ahora me siento tan estúpido...

     ¿Que me ayudabas a ser más fuerte? Y una mierda. Eso quería pensar. Quería buscar alguna razón por la que aún te mantenía ahí, despierto, en una oscura esquina esperando una nueva oportunidad de salir y mostrarte ante todos. Te gusta que todo el mundo te vea. Que se den cuenta de que estás ahí. Necesitaba alguna explicación, un argumento, tan sólo una excusa para no sentirme un completo idiota por seguir contigo. Tú me llevabas a mí, me conducías por los caminos y me empujabas hacia ellos. Me susurrabas al oído que era el correcto, que así saldría bien. O que al menos conseguiría lo que buscaba, lo que quería. No me podía quejar, de hecho así era. Algunas veces no salía como planeábamos pero es normal, ¿no? A la siguiente vez nos saldrá bien, decías.

     Cuántas noches grises he pasado a tu lado. Cuántos momentos, solos, tú y yo, hemos pasado a oscuras agazapados entre las mantas, con miedo, terror a salir fuera y enfrentarnos a la realidad. Cuántas veces miraba al cielo y me prometía a mi mismo que nunca más. Que ya no era tu esclavo y que ya no te seguiría nunca más; sonriendo tontamente, esperanzado ante la sola idea de no volver a esos caminos nunca más.

     Las únicas promesas que nunca he podido cumplir. Cualquier promesa hacia mí mismo acaba enterrada y olvidada.

     Todos los días me pregunto... ¿Debería guardarles rencor? Ellos fueron los que nos presentaron. Una época llena de dudas, miedos y vergüenza. Creo que nos complementábamos bien, ¿no crees? Ellos fueron los que nos unieron más y más, hasta el punto de que aún estamos juntos, codo con codo. Alma junto a alma.

     Me di cuenta de que eras un virus hacía ya mucho. Incluso en aquella época, cuando aún nos estábamos conociendo, me hacías daño. Pero eso es lo que pasa con los virus. Entran en tu cuerpo y no te dejan. Y tú me hacías daño, sí. Pero a veces también encontraba consuelo y esperanza en tus pensamientos. Era una relación de amor-odio enfermizo. Pero decidí que había ido demasiado lejos cuando me encontré solo.

     Sólo no físicamente. Mejor que nadie, seguramente mejor incluso que yo mismo, sabes lo que me gusta estar solo, lo cómodo que me encuentro y lo extrañamente feliz que me siento al estarlo. Pero no me refiero a esa clase de soledad. Es una soledad del alma. Una soledad del corazón. Una soledad que cuando te das cuenta de ella, te empuja a una profunda depresión. A un agujero negro terrorífico, donde se encuentran todos tus miedos, pasados y presentes. Todos tus temores, tus traumas y tus vicios. Estuviste a mi lado en aquellos momentos. Porque pertenecías a aquel agujero, ¿verdad? Eso sí lo pude ver. Fue un pequeño rayo de luz, me alcanzó de pleno. Entonces lo vi claro.

     No es que no te necesite. Quizás, después de tanto tiempo, te necesite más que nada.

     No quiero necesitarte.

     Vete ahora. Y no vuelvas jamás. Ella me ha demostrado mucho más de lo que tú nunca podrías enseñarme. Desaparece y no vuelvas a mi vida. Aunque esté destrozado. Aunque esté confuso. Aunque aparezcan los miedos, podré con ellos. Aunque me veas débil y atrapado sin que haya una salida clara fácil, conseguiré escapar.

     Aunque te pida a gritos ayuda.